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“¡Mis noches ya no eran triunfantes , como aquellas noches tropicales perfumadas por la pasión de la Niña Chole! María Antonieta soltóse de mis brazos y entró en su tocador. Yo esperé algún tiempo, y después la segui: Al rmor de mis pasos, la miré huir toda blanca, y ocultarse entre los cortinajes de su lecho: Un lecho antiguo de lustroso nogal, tálamo clásico donde los viejos matrimonios navarros dormían hasta llegar a viejos, castos, sencillos, cristianos, ignorantes de aquella ciencia vopultuosa que divertía el ingenio maligno, y un poco teológico, de mi maestro el Aretino. María Antonieta fue exigente como una dogaresa, pero yo fui sabio como un viejo cardenal que hubiese aprendido las artes secretas del amor, en el confesionario y en una Corte del Rancimiento” (id, 117).

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